lunes, 3 de marzo de 2008

LA REALIDAD

Hace doce años estaba yo en La Realidad. No es que estuviese en un punto especialmente lúcido de mi vida y pensamiento, si no que así se llamaba el pueblo zapatista de la selva Lacandona donde un grupillo de periodistas sesteábamos a la espera de una entrevista con el Subcomandante Marcos o algún dirigente de la guerrilla. Una semana nos tiramos esperando sin poder salir de un perímetro que compartíamos con un grupo de italianos encargados de colocarse en la carretera de tierra que cruzaba el pueblo, bien visibles para que las tanquetas del ejercito que pasaban todos los días apuntando a la población con sus ametralladoras tuviesen claro que allí había testigos incómodos.

En ese ambiente es de imaginar en que pasábamos las horas: en tomar café y discutir enconadamente sobre el posible proceso revolucionario que vivía México. En La Realidad las cosas iban tan lentas como fuera posible imaginar y, a parte de evitar líos más o menos belicosos, la actividad principal era matar el tiempo, cosa que hacíamos como verdaderos profesionales. El lugar del crimen más habitual era la choza de Máximo, que nosotros bautizamos “Chez Maxim´s” y donde podías elegir entre café negro y frijoles negros. También estaba el humor negro de aquel indio agricultor metido a vendedor de escaseces a los turistas revolucionarios.

Un día que el aburrimiento nos acorralaba más de lo habitual, la conversación derivó hacia la vida y milagros de las mascotas en los países “desarrollados”. A Máximo se le saltaban las lágrimas de la risa cuando nos oía hablar de vestidos para caniches, cunas para chihuahuas, cementerios para gatos y juguetes para pastores alemanes. Le juramos y perjuramos que aquello no era producto de nuestra invención, sino una verdad tan gorda y delirante como los hospitales para gatos que se mueren de viejos, las dietas para perros o las carísimas residencias para bichos millonarios. El pobre hombre fue perdiendo la sonrisa y enmudeciendo trágicamente, hasta que se le volvieron a saltar las lágrimas, mientras miraba a los pequeños tojolobales desnutridos. Pero esta vez de rabia e impotencia.

No hay comentarios: